lunes, 19 de octubre de 2009

Un Hola cambiaría las cosas


El otro día mordieron a Tomás. Lo llevamos con mi viejo al veterinario. El olor era rancio. la doctora nos hizo pasar y lo puso sobre una mesa metálica. Tomás tiritaba. unos perros lo miraban desde unas celdas minúsculas y ladraban de vez en cuando. Tomás no cesaba de tiritar. Mi viejo se puso a jugar con una perrita que pegaba patadas desde la reja.
La doctora tomó a tomás y lo examinó. Lo trató como a un animal. que tonto decirlo pero fue así. No le preguntó nada, ni que le había pasado, ni si le dolía cuando lo apretaba, o más aún si le incomodaba el termómetro que le insertaron en el trasero mientras aún tiritaba. Nada. Es obvio que no respondería… Tomás es un perro y no habla, pero yo aún así siempre le converso. No espero respuesta sino acostumbrarlo a que se dé cuenta de que existe y es algo para mí. algo más allá de un perro. La doctora lo tomaba y palpaba como si fuese fruta.
Me molestó aquella relación tan impersonal. Pensé que los veterinarios se preocupaban de una manera más cercana con sus pacientes, a pesar de que estos no supiesen hablar.
Hoy fui al dentista, y todo ese episodio parecía olvidado, hasta que me hicieron pasar. Me senté y saludé al doctor (Roce N°1 Saludó sin mirarme, como odio que hagan eso). Miró mi ficha y con una mascarilla en la boca le hablaba con su extraño acento colombiano, a su asistenta. Mi dentista usa frenillos. ¿Qué sentirá un dentista al ir al dentista?
Acercó sus manos enguantadas a mi boca (Roce n°2 si no la abro por instinto me la abre como si fuese un basurero). Empezó a tocar. tenían una radio a nivel medio, tocando algo que mi nerviosismo no alcanzaba a escuchar… y claro.. pasaban los minutos y sólo escuchaba tecnisismos: “Amalgama en la pieza 32, mmmm, hoy mejor le haremos las dos”
Yo pensé que me conversaba a mí, pero no. Le decía a la asistente que estaba fuera de mi alcance.
Se desapareció y volvio con una jeringa en mano (Roce n°3 temo a las jeringas más que a mi vieja enojada, más que a la muerte misma). Me pusieron anestesia (supuse). llevaba ya unos quince minutos sin saber que pasaba. hasta que con la boca medio dormida traté de hablarle al dentista y decirle que la tapadura anterior me dejo sensible los dientes. Entonces por fin se saca la mascarilla y comienza algo parecido a una conversación conmigo
donde me explica las razones del porque era eso. Luego tomó el instrumento iconográfico de los dentistas. Ni sé como se llama pero prefiero no aprenderme el nombre. Se lanzó sobre mi boca y como si fuese obrero de la construcción sobre el pavimento, empezó a taladrarme. Agradecí el estar anestesiado. pero hay muchas cosas que la anestesia no logra. El olor como a hueso quemado que sale por la labor en sí. el sonido que sientes en todo el cráneo, con esas vibraciones que te hacen ver todo movido. Y respirar…. uno nunca se da cuenta de que el respirar era algo tan involuntario y agradable, hasta que el dentista te obliga a hacerlo. Entre tanta confusión de sensaciones olvido coordinarme. La tensión me hace retener la respiración y eso me deja tieso.
“abre más la boca” y yo con un dolor en la parte cervical de ya no poder abrirla más hago el esfuerzo. quiero que el dentista se de cuenta de que si bien estoy aterrado, quiero cooperar. Los rehenes deben sentirse igual. Tomás debió sentirse igual con la veterinaria.
Y ahí cai. me trataron como un animal. ¿Quién no quiere saber lo que le estan haciendo?¿No tengo derecho acaso a saber como van las cosas a medida que van sucediendo?
Quien aún no tenga una respuesta del porqué la gente teme al dentista, es fácil. Te tratan como si fueses una piedra a esculpir.
como si fueras asfalto por taladrar
perro por examinar.
No hay cariño, ni gesto de tranquilidad.
ellos están tan insertos en la inercia de su trabajo que olvidan que trabajan con personas y no con objetos.
Yo necesito que me tranquilicen con un “queda poco”
o que hagan un gesto así como”vamos bien…eso es”
Los dentistas no se comunican con nosotros. Por eso terminamos como los perros con los veterinarios.
tiritando mientras nos examinan y para nuestros adentros rogándo por no ver las maquinarias que usarán en nosotros.
Quizás todo esto suene exagerado, pero me he hecho tres tatuajes con una duración promedio de 3 horas cada uno y juro que han sido bastante mas gratos que ir al dentista.
Un hola cambiaría muchas cosas, una pregunta que distraiga, un chiste una risa, palabras de apoyo.
¿Será mucho?
Estoy seguro que Tomás esperaba lo mismo

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