lunes, 19 de octubre de 2009

Esa es la palabra

Muero. Nazco y muero todos los días. Varias veces durante la tarde, y una que otra durante la mañana, si es que estoy despierto. Y por las noches, mejor ni hablar de mis muertes nocturnas. Hace años que estoy conciente de esto, pero no lo había pronunciado como se debía. Me enciendo y me apago. Me cargo y me descargo. Soy una pila humana y siento la energía de la vida llenarme y casi reventarme de entusiasmo, para luego contemplar mi propia decadencia.

Muero por el poder escondido tras las cosas simples. Cuando descubro la magia, la emoción es tal que mi sistema se supera, y muero. Luego se recupera e inicio el proceso de revivir y continuar el día. Una vez morí al ver que a Felipe se le puso una mariposa en la nariz. Morí cuando Mónica Vincent me dio un beso en la frente y me dijo “porque somos amigos”. Morí cuando mi perro al verme llorar, aulló conmigo. Después de cada muerte viene mi revivir, que se toma su tiempo, dependiendo de la cantidad de magia liberada por la situación. Uno puede morir feliz, y revivir conservando esa energía, o morir triste y al recobrar la vida, saborear todavía la angustia.

Obvio que tengo miedo. La muerte siempre asusta, aunque se viva con ella todos los días. Se esconde tras de mí, esperando que descubra la magia y justo en ese entonces viene y con su mano helada me apreta el tobillo mientras imita a un ladrido. Me pongo blanco de susto y ahí muero.

Morir no se controla. Yo simplemente descubrí que podía volver a vivir una y otra vez. Pero nunca he podido dominarlo, simplemente cuando estoy muriendo, espero en el silencio que se origina, esa luz tibiecita que se siente, como cuando naces. Entonces como si me sacudiesen, siento el aire entrar al cuerpo, y me recobro impresionado.

Hoy fue uno de esos días. Esos en que piensas que morirás, pero no sentirás la luz tibia que te regresa a lo habitual. Conversé con ella, como siempre con gusto y sin tramar. Pero bastó notarla triste y me vi envuelto en marejadas de impulsos. “cuenta conmigo” le dije. Qué tonto pensé, quedaré en evidencia… Evidencia de qué. Entonces me di cuenta que yo mismo me había escondido uno que otro secreto y cuando los abrí, ella justo me decía…. “Siento que aquí hay magia”…

La muerte entonces con su peor máscara me grito detrás en la oreja y vi como mientras seguíamos la conversación, la situación se volvía confusa, borrosa, en silencio…

A lo lejos veo la lucecita tibia que me llama a la vida. “Siento que aquí hay magia” Dijo… y mientras me recupero pienso si ella muere como yo, al descubrir lo mágico escondido tras las cosas simples.

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