lunes, 19 de octubre de 2009

Enloquecí de Amor


Trato siempre de forzar mi memoria. Retroceder a mi primer recuerdo. Guardo frescos esos momentos, más si me preguntan sobre este jueves, ni idea. Mi cabeza funciona así. Memoria selectiva, siempre recordando lo añejo y eliminando los archivos actuales. Por decirlo de alguna manera, tengo el disco lleno y conservo documentos por importancia, no por fecha de creación.

Puedo describir la primera vez que tuve conciencia, que fue a los 3 años aproximadamente. O cuando me subí a un juego en mi jardín infantil y al ver el edificio que se encontraba a dos cuadras, me prometí conocer todo lo que hasta ese lugar existía y más allá. Cuando lo recuerdo me da gusto. No por sentirme especial (me carga esa palabra) sino por decirlo mejor… distinto.

A su vez, fui precoz en aquello del amor. No me considero un galán puesto que hasta el día de hoy me cuesta comunicarme con las mujeres sin sentir que estoy joteándomelas. Pero si recuerdo pasajes de mi vida donde sin tener 10 años cumplidos, ya había besado a más de una, escondido tras las plantas, en el armario de su mamá (esa si que es una historia erótica) o en algún juego de niños. Besos inofensivos, pero con tanta energía que supe en seguida que sería aquello mi combustible. Y comencé a buscarlo de temprana edad. Había algo en el sexo opuesto, que me llamaba la atención. Las mariposas en la guata parecían haber instalado toda una colonia, con terrazas y parques de diversiones.

Me vi envuelto en el pegajoso manto del amor, dejando de lado los deportes, por una tarde suspirando en la ventana de mi “amada”.

No siempre era correspondido, más de una vez me quise tirar del cuarto piso, o cuando respondían mi interés nunca supe bien que hacer. Testigo fue mi primera polola a los 10 que recibió mis cartas de amor, pero nunca un beso en la boca.

De ahí hasta ahora, sólo he aprendido a besar, dentro del rango aprobado (es decir no se han quejado) y a ser amigable. Pero las mujeres siguen siendo un tema, un gran tema.

No tengo estrategia, o quizás es demasiado pasiva como para llamarla así. No es producto de la arrogancia ni de ser canchero, sino más bien de ser un poco tímido, y de sentirme incómodo al abordar a una chica. Será que me carga esa actitud de plantarse porque sí a conversar, o quizás dejo demasiada responsabilidad en la otra persona. No soy simpático de primera, pero si me hablan prometo hacer mi esfuerzo máximo por ser encantador.

Y saqué una conclusión, mientras escribía esto. Cuando descubro que las intenciones del otro son las correctas para mí, paso de ser el tímido, a ser el jugado y nunca antes. Quizás el juicio que haga es muy subjetivo, y me equivocaré mil veces, pero así funciona para mí. Y no me ha ido bien muy seguido, pero una vez puedo decir que todo salió perfecto.

Iba en el primer año de mi carrera. Mi instituto quedaba a una hora en micro desde mi casa. Había sólo una línea que hacía el recorrido hasta dicho lugar. La 638. Era de verdad una lucha diaria poder llegar a las clases. La micro estaba siempre llena de donde la tomases y todos se bajaban al terminar el recorrido en San Carlos de Apoquindo. Veías a la gente estudiando, llevando maquetas, saludando a sus compañeros y toda la vida social partía ahí y continuaba durante aquella hora interminable. En ese tiempo yo no escuchaba música en la calle, simplemente porque los mp3 no existían, Internet era algo inalcanzable para mí y no tenia ni personal ni menos walkman. Por ende la entretención era quedarse dormido parado o mirar a la gente.

No se bien cuanto tiempo pasó antes de fijarme en ella. Habían pasado unos meses ya. Nos habían mechoneado, habíamos tenido nuestra fiesta de bienvenida, pero nunca había visto su cara antes. Así que cuando me la tope en la micro, la miré y creo haberlo hecho con la boca abierta. Me devolvió la mirada desafiante, y traté de retener la mirada, pero no sé porque no pude. Esa sensación helada que te recorre el cuerpo me hizo girar la vista con un escalofrío. Volví a mirarla y ella volvió también a hacerlo. Volví a voltearme y sonreí. Eso para mi bastó. Los cinco segundos que siguieron, yo ya me había casado con ella y tenido dos hijos, un niño y una niña, para que decirles las interminables veces que habíamos ido al cine, tomado helado, caminado en la playa y tocado las puntas de nuestras narices. Mi futuro en cinco segundos ya estaba claro. Sólo tenía que llegar a ella, y contarle mis planes, convencerla con la idea.

A estas alturas de lo que he escrito veo que llevo mucha introducción y poca acción. Trato de ir al grano pero me cuesta tanto que debí hacer esta pausa para pedir disculpas por mi extensión.

Como ya explique antes, hablar sin una razón con ella, me era imposible, o sea posibilidad cero, nula, no existente.

La probabilidad de que la viese de nuevo, era tan poca, que necesitaba hacer algo al respecto.

En las películas el loquito inventa siempre algo ingenioso para llegar a la persona/objeto del deseo en cuestión. Obvio que yo no hice nada, el destino se encargó de ayudarme.

Luego de topármela por casi una semana en la micro, repetir el ritual de las miradas, Comencé a descubrir datos importantes:

Primero: Estudiaba en el mismo instituto. Imaginen mi felicidad al verla bajarse de la micro junto conmigo ( y con 40 otros personajes más).

Segundo, estudiaba lo mismo que yo (la felicidad ya se me escapaba por los poros) Tercero, tenía una clase conmigo mi esfínter requería atención a este punto).

Si quieren tener una buena descripción de mí cuando la vi entrar a la sala, deben tomar un cuchillo y hacerse un corte en la comisura de los labios. Luego partir un limón y comérselo, sin sal ni azúcar.

Ante tanta casualidad decidí que me tocaba ser un poco valiente. Así que me decidí a pensar en una estrategia. Lo primero fue saber su nombre, El profesor me ayudó, cuando lo mencionó al pasar lista. Lo segundo (quizás un poco freak, pero juro que era con buenas intenciones) En la lista del pase escolar, salía la dirección de su casa, que increíblemente quedaba a tan sólo 9 cuadras de la mía. Gustavo Adolfo Bécquer estaría corriendo desnudo por el paseo ahumada a esas alturas de la casualidad.

Nunca supe bien lo que ella me hacía sentir. Tan sólo pensar en pasar por fuera de su casa, me hacía suspirar, alucinar, idear conversaciones. Pero no estaba capacitado para un cara a cara. Siempre yo tan cobarde, asumí el no tan valiente acto de enviarle cartas.

Tiene tanto de romántico, como de desesperado. Yo era la misma prisión de mis anhelos. Quería conocerla, gustarle, besarla, tomarla de la mano y ver cambiar su piel con los años, seguir el ciclo de sus ojos, abrir cerrarse y abrir. Pero no era capaz si quiera ya de verla.

Perdí la cuenta de cuantas cartas, sólo sé que mas de diez. Una por semana, siempre de noche en bicicleta, y nunca el mismo día. Primero de una plana siempre disculpándome por lo invasor de la situación. Luego a medida que tomaba confianza me di el lujo de enviarle un casette con la música que me gustaba.

Le escribí todo lo que me inspiraba ella a escribir. Cité a lo poetas que me hacían delirar. Me inventé un nombre y a ella también. El tiempo parecía eterno y la energía que me recorría, me llenaba de vida.

Pero nada dura para siempre. Faltaban respuestas, el amor nunca ha sido de a uno. Yo no sabía que le pasaba con mis cartas.

Mi felicidad empezó a esfumarse y convertirse en ansiedad. Debía ser valiente. Tenía que correr a ella con el papel en la mano que tenía mi nombre inventado y decírle, “Yo soy” tal como se lo prometí en mas de una carta.

En la escalera del instituto, esperando la hora de verla partir, Una vez más pasó por delante de mí y siguió su camino. Me levanté con temblor en las piernas y el papel en la mano. Me topé con un amigo (Chapa) y le dije lo que quería hacer. El corazón se me iba esguinzar (si es que eso pudiese ser). Mis manos sudaban helado y tartamudeaba.

Entonces mi querido amigo Chapa me recitó el texto que me daría la fuerza que faltaba:

No debo tener miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que lleva a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Dejaré que pase sobre mí y a través de mi. Y cuando haya pasado, allí donde había miedo ya no habrá nada, sólo estaré yo.

Sonreí a Chapa y subí corriendo las escaleras, La alcancé antes de tomar la micro. Le entregué el papel como lo había prometido. Cincuenta centímetros teníamos de distancia. Nunca había estado tan cerca, como para ver sus preciosos ojos brillar con la noticia y una sonrisa vino, seguida de un abrazo. Yo no pude decir nada. Apenas me acordaba quien era yo, y que hacía ahí jugando a ser valiente.

La acompañé a su casa y en la puerta me besó. Después ya no me acuerdo, ni me interesa. Sólo se que no resultó, estábamos en distintas situaciones del amor. Pero esos fueron los días en que todo para mí era simplemente perfecto.

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